Legitimidad y ética de la Victimología
La legitimidad de la Victimología procede de su carácter científico y su dimensión ética. Ello
implica, como ciencia social, que debe ofrecer un conocimiento más fundamentado que
otras formas de conocimiento o que las meras percepciones. Supone, en definitiva, una
constante precaución metodológica a la hora de realizar afirmaciones. Esa precaución se
define por la necesidad de dialéctica y objetividad y la conciencia de sus límites dentro de su
afán por comprender y simplificar una realidad compleja.

En todo caso, como toda ciencia social (Hammersley 2014), la Victimología se enfrenta simultáneamente a una doble exigencia actual contradictoria: de similitud con las ciencias naturales y de uso práctico inmediato. Además, como toda ciencia, en general, deberá responder a las preguntas sobre qué tipo de conocimiento produce y para qué, diferenciando los ideales de la realidad, así como las distintas demandas de sectores políticos, profesionales, activistas 10 y de la sociedad en general.
Al responder a todas estas cuestiones, precisamente en el ámbito académico, donde se forman futuros profesionales, no podemos obviar las dimensiones éticas de los problemas sociales. Adela Cortina (2013, 35), catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y directora de la Fundación ETNOR, defiende la necesidad de incluir, en los planes de estudio de las carreras, una asignatura "que abra un espacio para aprender, reflexionar y debatir sobre la ética de la profesión ... un profesional no es solo un técnico, sino aquel que pone los conocimientos y las técnicas propias de su campo al servicio de los fines que dan sentido a su profesión ... los buenos conocimientos no se convierten en buenas prácticas si los profesionales no tienen la voluntad decidida de hacerlo".
Pope y Vasquez (2011) nos ilustran cómo, en ciertos contextos de miedo, cansancio, ausencia de perspectiva, frustración y/o presión, los profesionales que tratamos con víctimas tendemos a minusvalorar nuestras responsabilidades éticas. Para ello utilizamos una serie de estrategias cognitivas a modo de justificaciones cuando la decisión tiene un respaldo general de otra persona, estudio o institución, o no está prohibida expresamente; si lo hacen también otras personas; si no había intención de provocar un daño, o si se considera que la persona dañada se lo había buscado de algún modo; si obramos creyendo que era lo mejor, estábamos evitando un mal mayor o no podíamos anticipar las consecuencias no intencionadas; si se trata de un hecho puntual o considerado sin importancia; si nadie protesta; si reporta otros beneficios; si consideramos que no había otra posibilidad de actuar, etc.

En todo caso, como toda ciencia social (Hammersley 2014), la Victimología se enfrenta simultáneamente a una doble exigencia actual contradictoria: de similitud con las ciencias naturales y de uso práctico inmediato. Además, como toda ciencia, en general, deberá responder a las preguntas sobre qué tipo de conocimiento produce y para qué, diferenciando los ideales de la realidad, así como las distintas demandas de sectores políticos, profesionales, activistas 10 y de la sociedad en general.
Al responder a todas estas cuestiones, precisamente en el ámbito académico, donde se forman futuros profesionales, no podemos obviar las dimensiones éticas de los problemas sociales. Adela Cortina (2013, 35), catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia y directora de la Fundación ETNOR, defiende la necesidad de incluir, en los planes de estudio de las carreras, una asignatura "que abra un espacio para aprender, reflexionar y debatir sobre la ética de la profesión ... un profesional no es solo un técnico, sino aquel que pone los conocimientos y las técnicas propias de su campo al servicio de los fines que dan sentido a su profesión ... los buenos conocimientos no se convierten en buenas prácticas si los profesionales no tienen la voluntad decidida de hacerlo".
Pope y Vasquez (2011) nos ilustran cómo, en ciertos contextos de miedo, cansancio, ausencia de perspectiva, frustración y/o presión, los profesionales que tratamos con víctimas tendemos a minusvalorar nuestras responsabilidades éticas. Para ello utilizamos una serie de estrategias cognitivas a modo de justificaciones cuando la decisión tiene un respaldo general de otra persona, estudio o institución, o no está prohibida expresamente; si lo hacen también otras personas; si no había intención de provocar un daño, o si se considera que la persona dañada se lo había buscado de algún modo; si obramos creyendo que era lo mejor, estábamos evitando un mal mayor o no podíamos anticipar las consecuencias no intencionadas; si se trata de un hecho puntual o considerado sin importancia; si nadie protesta; si reporta otros beneficios; si consideramos que no había otra posibilidad de actuar, etc.
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